Cuando llegué a Familias Anónimas se me dijo: "Podemos hacer mucho para no obstaculizar su camino hacia la recuperación". ¿Cómo podía yo obstaculizar la recuperación de mi marido? Mi constante esperanza había sido que pudiera dominar su drogadicción. ¡Yo deseaba tanto ayudarle...!
Nuestra semana familiar en el centro de rehabilitación me enseñó como me había interpuesto en su camino: regañando o gritando, con frialdad y retrayendo el afecto, minimizando y razonando, analizándole a él y no a mí, haciéndome cargo de sus responsabilidades y protegiéndole de las consecuencias, con una conducta abusiva y carente de amor.
Cuando reclamé mi poder para tomar decisiones constructivas, dejé que él tomara las suyas propias. Empecé a aprender a expresar los sentimientos, a ofrecer tranquilidad y a acoger con cariño su conducta y los efectos que repercutían sobre mí, a decirle lo que yo necesitaba y deseaba, respetando siempre su decisión sobre el tema. Dejé que afrontara sus responsabilidades y experimentara las consecuencias normales. Esta nueva conducta me ayudó a despejarle el camino.
La recuperación de mi marido es asunto suyo. Mi recuperación es cosa mía.